martes, 9 de febrero de 2016

Audaz y extensa obra



Película llevada al teatro con singular planteamiento 



Pocas  veces vemos  en Mérida la temeridad de montar una obra teatral de dos horas y media de duración pues se requiere mucha audacia para exponerse a que el público se canse y abandone la sala antes del final de la presentación. Para salir indemne de esa intrepidez son necesarios un argumento atrayente, actores aventajados, una ambientación laboriosa y un director sin arrogancia, más cercano del público y conocedor de los encantamientos escénicos para usarlos en favor de su trabajo.

Miguel Angel Canto
Esta intrepidez la vimos en días pasados en  las presentaciones de “Luz de  invierno”, una larga adaptación de la película Los Comulgantes, uno de los mejores filmes del sueco Igmar Bergman que aborda la existencia de Dios a partir las tribulaciones y dudas de un  pastor protestante cuya angustia crece a raíz de la muerte de su esposa.

René Avila
Ese arrojo lo condujo Luis Yamá, actor egresado de las aulas teatrales de Veracruz y que de nuevo dirige una obra. Para esta aventura reclutó a un elenco competente dispuesto a nuevos retos expresivos para fortalecer sus capacidades, al cual apoyaron actores  secundarios y estudiantes de teatro que sirvieron de auxiliares.

Al material actoral se agregó  una sugerente escultura de Cristo crucificado que sirvió de elemento escenográfico y al mismo tiempo formó parte de una estructura metálica sobre la cual se desarrollaron segmentos de la trama. Crucetas de madera y ramas secas completaron  la escenografía.

Se  recurrió a un  televisor para proyectar los nombres de los 11 cuadros en que se dividió la obra y mostrar la traducción de la defensa que  el sueco Bergman hace de su trabajo en ese filme y las ideas filosóficas que plantea en los diálogos de los personajes. Parte de obra –así lo entendimos- consistió en semejar aspectos del rodamiento de la  cinta.

Rebeca Guerrero
Se recurrió mucho a la iluminación para generar ambientes, resaltar pasajes y contribuir a  transmitir sensaciones. A  diferencia de la película, en la cual casi no hay música, en esta obra se recurrió en exceso al sonido. Este elemento no fue arpegio que adorna a la nota principal sino protagonista que quitó lugar al actor, la estridencia impidió por momentos escuchar los parlamentos a pesar del  esfuerzo del elenco por elevar la voz.

Luis Yamá planteó este drama psicológico recurriendo a simbolismos y elementos del teatro mágico. Combinó destrezas actorales con impactos visuales. Su planteamiento estético no es convencional, las alegorías son abundantes. 

El protagonista central, el pastor protestante, nunca aparece con sotana, se presenta siempre con el  torso descubierto. Un afligido feligrés al cual  el ministro no puede ayudar, ocupa la escena también con el torso al descubierto y manchado, se arrastra para expresar sus tormentos que lo llevan al suicidio. Otro más que aparece sin camisa es el jorobado sacristán  con un crucifijo en el cuello, quien habla  al final de la obra exponiendo planteamientos sobre la existencia divina.

Otro personaje más es u sacerdote alejado de su misión evangélica y consumido por el materialismo al que debe oponerse. Este es mostrado bailando, contando su dinero y haciendo compras en Liverpool.  

En este montaje participan 16 personas, dos de ellas sentadas entre el público, otros más son auxiliares o actores secundarios,  entre ellos un niño. El trabajo central recae en menos de la mitad de ese amplio elenco.

En esta obra hay imágenes impetuosas y cuadros palpitantes pero hay momentos en que decae la fuerza, las debilidades son inocultables,  surgen confusiones sobre el argumento. Para quienes gustan del teatro conservador habrán salido sin grandes emociones después de ver esta obra que marcha sobre el riel de la escena contemporánea, aquella donde el poderío del actor se mezcla con recursos de todo tipo para semejar  ambos una ola con su espuma: son independientes pero  viajan juntos hasta disiparse ante la playa del espectador. 

Amilcar Barrera 
Por la falta de programa de mano no conocemos los nombres de todo el elenco. Pero reconocimos a Miguel Angel Canto Peraza, quien todo el tiempo estuvo en escena cargando con el papel principal y sometiendo a juicio sus habilidades teatrales. Este actor, quien también ha dirigido y escrito obras, dejó sus estudios de ingeniería para desarrollarse entre los telones y la tramoya.  Parte de su formación actoral la hizo en el  Instituto Nacional de Bellas Artes, es profesor de la ESAY y se le ve con frecuencia en las tablas.

También vimos a René Avila, integrante del grupo teatral Par 64  y con trayectoria suficiente que ya le dio formación sólida; Rebeca Guerrero, española con gran actividad local pues es requerida por  sus capacidades actorales; a Raúl López, quintanarroense, con estudios en  Cozumel y ex integrante del grupo La Fragua, y Amilcar Barrera, poseedor de una técnica pulida en 15 años de trabajo en obras de distintos géneros. En el cartel publicitario de este proyecto se menciona también a Elizabeth Pisté, Gerardo Molina, Rosi Estrella y Alejandro Castolo.


Esta obra se estrenó en octubre pasado y su última presentación fue el pasado sábado 6,  en el Foro Alternativo Rubén Chacón. Por fortuna, logramos asistir a esa última función (Mérida Cultura)