Desnudar a la sociedad, incomodar y generar reflexión.
Es difícil que el cartel publicitario de una obra teatral
refleje el contenido de esta y permita al público saber de antemano qué puede
esperar del espectáculo. Los anuncios no tienen
esa función. Por ello es común que el espectador se sorprenda -en forma
grata o no- y exprese: “no me lo esperaba”, una vez que ha visto la
escenificación.
Nos tocó ver la función de despedida de “Fábula rasa”, el
más reciente proyecto dirigido por Luis Ramírez, comunicólogo, documentalista,
y especialista en animaciones, videomapping y otros efectos lumínicos.
Salimos del teatro con
sensación placentera, vimos un trabajo seductor por los recursos usados para
contar historias. “No me lo esperaba”, escuchamos decir a uno de los asistentes
sorprendido gratamente.
Jair Zapata |
A diferencia de las fábulas, ese proyecto teatral no tiene
fin didáctico, su intención es generar
reflexiones sobre la violencia, la discriminación, la injusticia y la
desigualdad. No hay moraleja sino cuestionamientos incómodos. Irrita nuestra
conciencia al exhibir realidades perturbadoras de nuestra sociedad, esa
comunidad que todos construimos con participación, indiferencia o complicidad.
Las sacudidas a nuestra moralidad se generan con
historias preparadas por el equipo
actoral, de las cuales sólo una parte se exponen en cada función, a selección
de alguno de los espectadores. (Para conocer todas las historias habría que ver
varias veces la obra, pues en cada presentación las narraciones son distintas).
Erick Silva |
El relato que sí está presente siempre es una comparación
entre dos penínsulas distantes y aparentemente diferentes en sus conflictos
sociales: Baja California y Yucatán. El primer cotejo es afirmar que en Tijuana
hay violencia y en Mérida hay paz. Pero no es así. La exposición de historias
reales, algunas incluso publicadas con grandes títulos en la prensa local,
derrumban ese mito. Hay gente local que sufre violación de sus derechos humanos
y también agresión violenta.
Los migrantes del interior del país que llegan al sureste
yucateco atraídos por una tierra que mana leche y miel son quienes descubren
esa realidad. Y entre lo primero que constatan es la desigualdad social
generada en parte por una discriminación que no es por el color sino de clases.
De un lado están los indígenas, los mayas pobres y explotados. Del otro se
alzan los que consideran tener más genes españoles que los propios europeos.
Marysol Ochoa |
Esta obra expone que el edificio de nuestro país tiene
descompuesto el elevador social. Muchos no ascenderán nunca al piso deseado,
permanecerán en el sótano.
Lo anterior es parte de lo que muestra esta fábula contada
en forma llana, sencilla, rasa, perturbadora. Cumple con generar inquietud en
los asistentes, a los cuales pregunta si ayudarán a reparar el elevador y
prefieren dejarlo como está.
La trama se expone al público sentado en el escenario, no en
las butacas. Estas últimas, vacías e iluminadas sugestivamente, son escena
donde transcurre parte de lo que se cuenta. Este trastocamiento corresponde a
la realidad social. Hay que poner las cosas al revés para verlas bien y
componerlas.
En la obra, estrenada
en noviembre de 2015, se recurre además a una máquina tragamonedas, una
pantalla con proyecciones que refuerzan los planteamientos, y a objetos
rodeando a los actores. Estos últimos están ligados a las historias que se
contarán durante la escenificación.
Además de Luis Ramírez, en este trabajo escénico participan
Erick Silva –al parecer es psicólogo y tijuanense-, en quien recayó la
dirección escénica. Además están el chiapaneco Noé Morales Muñoz, autor de la
dramaturgia y asesor escénico, y María José Pool, asistente de dirección.
En ellos tres recayó la tarea de recalcar que todos los
personajes de las narraciones ahí contadas están conectados. Lo mismo ocurre en la sociedad, los individuos no están aislados. Toda
la humanidad está enlazada, esta es una verdad rasa, llana. Esa es la moraleja de esta fábula. (Mérida
Cultura)
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