Regresó “La prisionera” en otra exitosa presentación.
Los actores, los directores teatrales y los
escenógrafos pueden ser comparados con
los toreros: para lucirse necesitan un astado bravo, no uno manso y afeitado.
En situaciones difíciles, en los retos y el peligro es cuando brilla el
capote del talento.
Pero los tres actores participantes y el equipo técnico de
iluminación, audio y escenografía capitaneados por Juan Ramón presumieron
agudeza y capacidad. Conjuraron esas
adversidades para generar el encantamiento que tiene el buen teatro.
Esta obra resalta por su vigor dramático y las ideas que su
autor expone sobre distintos temas. Uno
de estos resalta: el significado de la libertad. Los otros planteamientos son
accesorios, aluden a los regímenes dictatoriales, el idealismo, la vida alejada
de conflictos pero monótona, el afán de reconocimiento a costa de la estima
personal y la pobreza que mantiene un
velo de ignorancia sobre una gran parte de la población.
La historia se desarrolla en los años 30, en la costa de
algún país latinoamericano con régimen militar, en una fortaleza con faro que
sirve de lejano destacamento para un coronel que se cree amigo del dictador
pero quien lo mantiene lejos de sí. Al sitio es enviada una mujer culta,
refinada, de familia rica pero idealista, que promueve el voto para la mujer,
organiza marchas y enciende a los estudiantes que luchan contra el régimen.
Con notoria habilidad, en el pequeño espacio de la Videosala
quedaron acomodados una cama, un ropero, un piano, un baño, un ventanal que
mira al mar y el faro que ilumina con sus giros la escena y a los espectadores.
La primera fila de asientos se convirtió en recinto donde habitan el coronel y
su esposa, ahí cocina esta, usando ingredientes reales que llenaron de aromas
el recinto. Ahí también se acomodaron los encargados del sonido y las luces.
Bertha Merodio |
Los papeles, en orden de aparición quedaron a cargo de la
avezada Bertha Merodio, en el papel de Catalina, cónyuge del militar. A esta
actriz le hemos visto en comedias y en su largo proyecto de llevar el teatro a
los niños mediante visitas escolares enfundada en su papel de la Gallipava. El
director, Juan Ramón Góngora, acertó al elegirla para esta intervención que
requiere acentuar pasajes de gran emotividad.
Bernard Fontbute |
El actor francés Bernard Fontbute, establecido en Mérida,
donde imparte clases de actuación y terapia psico-corporal, dio vida al coronel
Leonardo Betancourt. Es de admirar su
trabajo actoral, no hay duda de su experiencia en ese campo.
A la española Rebeka R. Guerrero correspondió estar más
tiempo en escena, en su representación de la bella e inteligente María Antonieta Miranda de la Rosa.
Sobresalió al cumplir con las exigencias de los distintos cuadros que le
impusieron mostrar su dominio en gran variedad de expresiones histriónicas. Ya
la hemos visto en otras buenas actuaciones.
Rebeka R. Guerrero |
Quizá por la zona donde nos tocó sentarnos no escuchamos bien una parte del texto donde
Carballido desborda poesía en esa obra, es la escena donde la prisionera causa
destrozos en su celda, en una noche de tormenta. Ella grita agitada: “Rompe
paredes, rómpelo todo, arranca el faro de raíz. Húndenos de una vez, llévanos
al abismo; brilla con tus relámpagos, electrízanos, haznos trizas…”.
Sin embargo salimos
del recinto convencidos de que este relámpago de actores y su director nos
electrizó, nos alumbraron con el faro de Carballido y nos hundieron en ese
maravillo mar que es el buen teatro. (Mérida Cultura).