El dramaturgo José Ramón Enríquez trae una reflexión sobre el poder y la intolerancia.
Si el rey español Enrique IV, soberano de Castilla, volviera
a nacer y contemplara a esta sociedad que él imaginó hace 500 años, seguramente
se decepcionaría. No vería a una humanidad libre de guerras, discriminación y
odio ni enfrentamientos por causas religiosas, ideológicas o de raza.
Encontraría que en cinco siglos hubo un gran desarrollo
tecnológico pero no un crecimiento humano. Este no es un mundo donde la
población es como ese bosque de aves de distintos cantos pero que juntas
ofrecen una sinfonía de paz, hermandad, armonía y justicia.
Esta es uno de los planteamientos que el apreciado actor,
dramaturgo y director teatral José Ramón Enríquez expone en su obra “Las
visiones del rey Enrique I”, que desde hace varias semanas vienen presentando
Teatro Casa Tanicho y el Grupo Arpa.
El autor eligió los últimos días de vida de ese monarca, amenazados
por la intriga de la corte ante la próxima sucesión real, para plantear las
ideas políticas y sociales que proponía el gobernante castellano y que en ese
entonces -y también ahora- eran consideradas escandalosas, desligadas del
sentido de gobierno, ajenas al ejercicio del poder.
El dramaturgo insistió también en una advertencia que ya han
expuesto historiadores: el pasado no es siempre es como nos lo han contado, con
frecuencia está modificado o amputado. La historia es maestra de vida pero sólo
cuando esta no viene incompleta.
Esos son, a nuestro parecer, los mensajes que el maestro
Enriquez nos trae en esta obra con deliciosas frases poéticas. Nos plantea
los deseos de un gobernante de hacer las cosas en forma diferente, buscando la
armonía entre los distintos, y nos recuerda que no conviene quedarnos con la versión oficial
de hechos históricos sino abundar en estos para conocer todos sus ángulos.
Para ello recurrió a textos e investigaciones de varios
autores sobre aquellos acontecimientos en España.
En rey español Enrique IV (no confundirlo con otros
soberanos, uno inglés y otro francés, con el mismo nombre) era lo que hoy se
conoce como pacifista y ambientalista, lo calificaban de degenerado por su
homosexualidad y de traidor a la religión católica y la corona por
su interés de acercamiento y comprensión hacia los musulmanes, grandes enemigos
de esa península a la que enriquecieron con su cultura. Uno de los criados y
amantes del monarca era un joven moro.
Enrique IV fue presuntamente envenenado por seguidores de su
hermanastra Isabel y su cuñado Fernando, llamados posteriormente Reyes
Católicos. Ambos diferían diametralmente de las ideas políticas de aquel.
Isabel logra que la hija de Enrique, Juana “La Beltraneja”, no llegue al trono.
Se aprovecha de los rumores en el sentido de que aquella no era hija del
soberano, apodado El Impotente, sino fruto de una relación adúltera de la
reina.
En esta obra cuyas primeras presentaciones se realizaron en
el Centro Cultural Olimpo y ahora se efectúan en el Teatro Casa Tanicho,
participan Francisco Sobero “Tanicho” (el rey Enrique IV), Marcos Gan
(sirviente moro), Pablo Herrero (Beltrán de la Cueva y supuesto padre de
Juana), Alejandra Argoytia (doña Isabel) y el propio dramaturgo José Ramón
Enríquez, quien interviene como lector de textos relacionados con esos
acontecimientos y las conquistas militares españolas así como ideas políticas
planteadas por Maquiavelo en su obra El Príncipe.
Un segmento de la obra, de gran fuerza teatral y que
describe el conflicto monárquico en Castilla, lo protagonizan “Tanicho” y
Alejandra Argoytia.
La dirección es de Miguel Angel Canto, la realización y
vestuario correspondió a Socorro Loeza, y el diseño e imagen a Roque Ayora y el
Grupo Arpa.
Este domingo 19 y el 26, son las últimas funciones de este
espectáculo, el cual no habíamos tenido oportunidad de apreciar. Las funciones
son a las 7 de la noche. Los boletos tienen precio simbólico: $50 y $25.
(Mérida Cultura).
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