El
drama de una obra de Chejov en una recreada hacienda henequenera.
La
compañía teatral La Rendija, que dirige Raquel Araujo, nos obsequió en estos
días un montaje de lujo y un drama estrujante mediante una adaptación de la obra El
Tío Vania, del escritor ruso Antón Chéjov.
La caracterísica antes citadas es uno de los muchos atractivos del teatro, cada director y productor aporta su
estilo a las creaciones dramatúrgicas. En las tablas ocurre lo mismo que en la música. Una
sinfonía suena con variaciones distintas según la orquesta y el director que la
interprete.
La
adaptación que nos trajo Raquel Araujo brilla más por el apoyo que obtuvo del
productor Oscar Urrutia para convertir una antigua casona en un set
cinematográfico, estableció tres escenarios en distintos planos donde los que los
actores se mueven para desarrollar la historia con acciones simultáneas . En
este caso el espectador no está lejos de la escena, como ocurre en un teatro
convencional, está dentro de ella.
Se
realizó un buen trabajo para lograr la atmósfera de una hacienda henequenera en
la cual actores veteranos y jóvenes rebanan las vidas de los personajes para
mostrarnos el alma de estos: fracasos en sus esperanzas, ilusiones destrozadas,
amores imposibles, sentimientos no expresados y almas resignadas al sufrimiento,
el trabajo y un futuro gris.
Esos conceptos son
temas universales, por eso la obra de Chejov se mantiene actual. Los acontecimientos
que él pone en la atribulada familia del tío Vania son situaciones que pueden
darse en la Rusia zarista, el Nueva York del siglo XXI o las fincas del oro verde en Yucatán.
Este
engreído logra contraer nupcias con la heredera de una hacienda, la cual fallece
dejando a una hija pequeña que crece y trabaja al cuidado de su tío Iván
(Vania). Este último administra la heredad para enviar dinero al profesor que está
casado de nuevo con una muchacha joven que, engañada como los demás, sacrifica
su juventud y belleza por ese individuo.
El
profesor vive bien con ella en el extranjero gracias al esfuerzo y penurias de
Vania, quien le tiene admiración.
La
situación empeora cuando el profesor anuncia que venderá la finca para pagar
deudas, comprar papeles bancarios y tener una renta con que vivir en
Veracruz. Vania enloquece pues parte de la hacienda era suya, había renunciado
a ella para contribuir a la felicidad de los otros. Se da cuenta que el falso
intelectual es un inútil, intenta matarlo pero fracasa. El desenlace resulta,
sino cruel, amargo. Hay que ver la obra para enterarse del final de la
historia.
Los
personajes secundarios son un
terrateniente arruinado que es amigo de la familia (Francisco Ríos
“Zapote”), la suegra del profesor, quien es viuda (Silvia Káter), una nodriza
(Eglé Mendiburu), un campesino (Miguel Kú) y una empleada doméstica (Katenka
Ángeles).
Hay
versiones de la obra en que Katenga Ángeles y Liliana He Sant intecambian
papeles.
Este montaje escénico es largo, dura poco más de dos horas. Tiene momentos de intenso dramatismo
y secciones en las que varios actores tienen lucimiento personal.
Vale
la pena ir a disfrutarla este domingo, cuando será la última función de esta
temporada, a las 7 de la noche.
Los
boletos son a $125 pero se ofrecen con descuento ($200 tres personas y $250
cuatro boletos) si se presentan en la taquilla un recorte que se publica en el Diario de
Yucatán o los cupones que aparecen en el muro de Facebook de La Rendija.
(Mérida Cultura).
Nota:
En la función que nos tocó ver, todo el elenco se unió en una manifestación de
solidaridad por los sucesos de Ayotzinapa. Al final de la función, después de
los aplausos, los actores se fueron retirando del escenario expresando: “Nos
hacen faltan 43”.